Montreal, febrero 2022

 

Querida Cartagena, una carta emputá es una carta de despecho.

Discúlpame, pero en este momento aún sangro por la herida. Cada vez que hablo de ti, digo lo que dicen muchos: “Cartagena es una ciudad difícil.” En todos los sentidos. Sigues repitiendo las opresiones heredadas de la Colonia; eres profundamente racista, clasista, homofóbica, discriminatoria, machista por no decir misógina,…¿Cómo podemos soportarlo las mujeres, las mujeres artistas? Pregúntaselo a las que se quedaron, a las que regresaron. Yo no pude. El 11 de octubre de 1998 me fui lejos, lo más lejos posible de ti.

Fuiste vientre; madre amante y temerosa de los hombres y de Dios ¡Qué daño nos ha hecho tu cobardía! No te atreves a hacer un verdadero examen de conciencia. No te permites llamar por su nombre a tus excesos, a tus errores, a tus silencios meticulosamente calculados. Hoy, mi rabia de infancia se levanta sobre ti. Crecí entre los abusos machistas, siendo testigo de humillaciones elitistas. La niña lo tuvo que soportar, pero la mujer, la artista, comprendió que no era posible una vida digna en ti. Vi cómo otras mujeres de la familia lo disimulaban jugando al  life is beautiful, mientras escondían cuchillos en sus faldas. En eso eres buena, en fingir que no ha pasado nada, pero pasó de todo. Cartagena querida, fuiste el útero envenenado que amé, pero del que tarde o temprano tenía que salir. ¿Sabes qué? Dos décadas han pasado y de un golpe tus duelos han caído sombre mí, me acosan, uno tras otro, sumiéndome en una recapitulación compulsiva de eventos de mi vida en ti. Ante la revaluación meticulosa de nuestra historia apareció una nueva comprensión de la migración; es la huida. Entendí que te dejé para salvar mi vida. Hace veintitrés años no podía nombrar ese afán por irme, pero hoy veo la cara del peligro que me acunó. Se vestía de fatalidá; eras tú ciudad matriz. Pero te equivocaste Cartagena. Las razones de tu violencia hacia tus hijas son tan lejanas que no nos pertenecen. Son tuyas la destrucción originada por las divergencias políticas, las rivalidades transgeneracionales, los sometimientos sociales y los crímenes religiosos. El hecho de ser mujer, artista, la más joven de mi generación, me hacía blanco fácil de tus frustraciones. Necesitabas un chivo expiatorio ¿No es vecdá? No quiero envenenarme de rencor por ti, mi cuerpo no lo merece. Entonces intento entenderte. Creo, es posible, que después de 60 años de guerra sea normal que nuestras familias estén heridas de muerte. Hoy se puede sentir que tras la traición quedó flotando en el aire un odio sazonado con el silencio del pacto patriarcal y otras dinámicas criminales. Así, por años, se han forjado el desamor, la desconfianza y el desprecio, todos cubiertos con un velo de amabilidad para ellas o de bacanidá para ellos. Era demasiado. Algunas lo sentimos y colgamos la toalla heredada de la abuela. Las que se quedaron quizás estén deambulando desorientadas en sus casas de muñecas, o anden como desesperadas corriendo base, intentando tapar el sol con las manos. 

Debo reconocer que es difícil irse de ti sin sufrir las consecuencias. El destierro ha sido la salvación, pero también el castigo. Quise dejar todo atrás, empezar de cero, sin embargo, como ya trinó Fernando Vallejo, tu locura me persigue: “El destino de los colombianos de hoy es irnos. Claro, si antes no nos matan. Pues los que se alcancen a ir no sueñen con que se han ido porque Colombia los seguirá. Los seguirá como me ha seguido a mí, día a día, noche a noche, a donde he ido, con su locura”. Tú, locura cartagenera, con esa caduca pero enquistada vanagloria de gente bien, no puedes soportar los cuestionamientos y sublevaciones de tus hijas. Mi crítica, quizás llegue tarde a ti, a la Cartagena blanqueada. Blanqueada de pretensión de blancura, no de precariedad, o quizás si, de precariedad de conciencia. Tus edificios de cristal ya no pueden esconder tanta vergüenza. Hoy tu hija te pide con el respeto que quizás no te mereces que te pongas las gafas ¡No te engañes más!, ¡Mira a tu alrededor!, ¡Pellizcaste!, ¡Salte de tu centro! Mejor dicho, ¡SÁLVATE SI PUEDES! Porque fuiste progenitora de injusticias, fuiste la autoridad que decidió que todo se quedaría así; la dolorosa inequidá, estancada para siempre; la discriminación que te caracteriza, estancada para siempre; las jerarquías opresoras, estancadas para siempre. Cuidas de ellas como si fueran tu atractivo turístico. Cuidas como puedes a tu clientela, pero no proteges a tus hijas y sacrificas a tus hermanas ¿No es vecdá?

“Noble rincón de tus abuelos” ¿Es que no me oyes? No, nunca lo has hecho. Y no me ves porque ya no estoy ahí. Si el sentido del destierro era finalmente dar lugar a un nacimiento, el sentido fatal del desarraigo era dar muerte a la cartagenera.

¡Adios Ciudad inmovil 1!

Helena Martin Franco

 

1.“Érase una vez el amor pero tuve que matarlo” Efraim Medina.

« Helena enclaustrada » Foto de B. Baloco. La Boquilla, 1988?